
Tal vez la frase más importante nunca pronunciada lo fue hace 2500 años y nació de un personaje conocido por ser considerado el padre de la medicina actual, Hipócrates:
"Que tu alimento sea tu única medicina".
Si Hipócrates viera en lo que se ha convertido la medicina actual, renegaría de que su nombre siguiera siendo venerado por las escuelas y asociaciones médicas, él tenía claras muchas cosas, entre ellas la capacidad del cuerpo para regenerarse y que para ello necesita una alimentación en la que la relación con las plantas debía ser estrecha, muy estrecha, y los actuales protocolos
tienden a ignorar esos hechos en favor de intereses ajenos al paciente. Pero esto no ha de ser interpretado como una crítica al personal sanitario, nunca dudaría de la entrega y buena fe de las personas que cuidan con profesionalidad y abnegación a sus pacientes, sí sin embargo de un sistema que permite a los "lobbys" de la industria farmacéutica influir en esos protocolos y en decisiones políticas encaminadas a proteger sus modelos de negocio.
Recientemente y con la argumentación de la protección de los ciudadanos, la Unión Europea ha dictado normas muy restrictivas referidas a los llamados "complementos alimenticios" que no son otra cosa que los preparados, muchos de ellos relacionados con la fitoterapia y la homeopatía que se ofertan en herboristerías y parafarmacias.
Evitar que se cometan abusos hacia los consumidores es cosa buena, en esencia es la labor que debiera realizar cualquier estado honesto, pero cuando se hace en favor de intereses de terceros. Tal vez por eso, el conocimiento de las plantas medicinales y sus preparados caseros es sumamente recomendable, aunque algunas de ellas pudieran deparar algún riesgo, no dejan de ser
más controlables a título individual con la consiguiente confianza, la seguridad de que la planta con su principio activo está presente y en las cantidades que a menudo recomienda la abuela.

La Fitoterapia o terapia con las plantas no es nueva, existen pruebas documentales y tradiciones orales del uso de las plantas en el tratamiento de distintas patologías que datan de miles de años. Ciertas tradiciones indígenas califican a algunas plantas medicinales como regalos de sus deidades y en cierta forma lo son, al menos hasta que una farmacéutica extrae el principio
activo y lo patenta, y eso me recuerda casos tan sangrantes como las dificultades que se dan en el cultivo y la comercialización de plantas de un edulcorante natural procedente de América del sur, la Stevía, que además de endulzar, colabora con el organismo en el equilibrio de la presencia de glucosa en la sangre, cosa que beneficia a los diabéticos, y sin embargo, ya se puede ver en los lineales de los centros comerciales productos que afirman estar basados en esta planta, carísimos y con escasez de principio
activo. El consumidor no puede utilizar la planta como lo hacen desde la noche de los tiempos los guaraníes, pero si puede pagar un dineral por unas migajas de principio activo en un producto manufacturado lleno de siglas cripticas en su composición, a eso es a lo que me refiero. De seguir así es probable que en el futuro se den noticias de la autoridad competente desmantelando una plantación ilegal de manzanilla o poleo.
Los orígenes de la utilización de plantas en la sanación, como he dicho anteriormente, se pierden en la noche de los tiempos. Sorprende la prolijidad del documento conocido como "Papiro Ebers" egipcio con información detallada de diagnóstico de enfermedades, así como unos 800 preparados basados en plantas en su gran mayoría, ese documento está datado 1600 años antes de nuestra
era. Griegos y romanos, basándose en conocimientos ancestrales, evolucionaron sistematizando las propiedades terapéuticas de las plantas, cabe destacar de entre los mayores estudiosos a Discórides, griego que sirvió a Nerón y sobre todo al famoso Galeno, cuyo nombre se asocia hoy a la profesión de médico.

Es en los conventos y abadías donde se conserva este conocimiento de las propiedades terapéuticas de las plantas, hasta el punto que en muchas de ellas existían huertos y plantaciones exclusivamente dedicadas al cultivo de plantas medicinales. Ya en el siglo XII, poco antes de que comenzaran a fundarse universidades que impartían conocimientos de medicina, la abadesa del
monasterio de Binguen, Hildegard, escribió varias obras relacionadas con la medicina y las plantas medicinales. En el siglo XVIII, se establecieron las bases de la farmacopea, basada especialmente en la fitoterapia, su autor Nicolas Lémery y su título, Farmacopea universal. A partir de este momento, las plantas y la industria farmacéutica comienzan un lento y progresivo aunque aparente distanciamiento. La industria desarrolla el concepto del principio activo, sintetizado desde el estudio en laboratorio
de muchas plantas. Por un lado, cuando se aplica ese principio activo, la reacción terapéutica es más activa, más veloz el resultado obtenido que cuando se utilizan las plantas que lo contienen y sin embargo, el principio activo genera habitualmente efectos secundarios que la planta no provoca y además, la planta no suele ser patentable.
La fitoterapia pues, se diferencia con la medicina actual en que utiliza preparados "galénicos" como decocciones, tinturas, polvo de la planta seca y triturada, infusiones, cataplasmas y todo tipo de aplicaciones tradicionales, pero normalmente utiliza la planta completa y no el principio activo sintetizado, si la dosificación es correcta, su beneficio es obtenido más lentamente,
sin efectos secundarios y suelen ser efectos más duraderos, y coincide con la medicina tradicional en que trata de atajar síntomas, no incide en las causas normalmente.
Aunque la fitoterapia suele basarse en las plantas que están al alcance de las manos que la ejercen, hoy es posible acceder a plantas, con propiedades especialmente gratificantes que nacen en distintos continentes, por lo que me atrevo a decir que nunca antes había sido posible obtener tantos beneficios de las plantas medicinales.
|